Por Adrián Cisneros Aguilar
Contra lo que me propuse al hacer mi primera entrega –discúlpeme el editor- respecto a que mis contribuciones a “Hola China” estarían dedicadas fundamentalmente a cuestiones jurídicas, en esta ocasión quisiera comentar a ustedes mis impresiones acerca de la partida de uno de los más grandes periodistas en el mundo de habla hispana: Jacobo Zabludovsky, y de cómo ésta se relaciona con nuestras experiencias respecto a los medios de comunicación chinos.
Para todos aquellos latinoamericanos de mi generación (principalmente mexicanos y centroamericanos) y la de nuestros padres, Jacobo fue una presencia habitual en las pantallas. Era parte de nuestras vidas: recuerdo cuando era muy pequeño (no podía haber tenido más de dos o tres años) que, en casa de mis abuelos tomaba uno de esos audífonos gigantes de los primeros walkman y jugaba a ser Jacobo Zabludovsky en su noticiero, 24 Horas. Narro esto como una prueba del impacto social que tuvo este hombre en millones de televidentes latinoamericanos durante décadas, y aclarando que tuve que crecer para aquilatar la verdadera influencia que tuvo en la historia contemporánea.
Sí, sé bien que Jacobo nunca visitó China, o al menos, no que yo esté enterado. Tampoco creo que su conocimiento del país haya ido más allá de lo que se dio a conocer en su tiempo en Occidente sobre los acontecimientos ocurridos desde la fundación de la República Popular hasta nuestros días, a pesar de ser considerado un hombre muy cultivado. Y sin embargo, su trayectoria periodística, el peso que soportó durante décadas de ser EL informador de México y uno de los más influyentes de América Latina, en una época de grandes turbulencias continentales, merece ser estudiada por las muchas lecciones que ofrece para comprender la no siempre cordial relación entre las libertades de expresión y de información y la política pública.
De Jacobo se menciona que tuvo dos etapas: la primera, de servidor del partido en el poder, manteniendo ignorantes a las masas mediante el maquillaje, la distorsión o la omisión de los acontecimientos en su noticiero, en su tiempo el de mayor audiencia en el mundo de habla hispana; la segunda, de crítico de excesos, de las fallas del estado y detractor de las desigualdades y contradicciones existentes en México y el mundo, etapa que tendría lugar tras su salida del poderoso Grupo Televisa, la mayor empresa hispana de medios y emisora del citado noticiero. Como es natural, se critica sobre todo la primera etapa, aunque no falta quien critique toda la trayectoria de Jacobo Zabludovsky en su totalidad, tildando ese giro en su manera de ejercer periodismo de hipócrita. Posiblemente tengan razón. No lo sé y no toca a este artículo calificar su trayectoria, sino entender la realidad en que ésta tuvo lugar, pues nos ayudaría a entender, como hispanoparlantes y extranjeros, la realidad que hoy vive China en lo que a sus medios de comunicación –y el acceso a ellos- se refiere.
Frecuentemente se escuchan quejas entre los extranjeros del tipo de: “lo que dice el [nombre del medio informativo aquí] no coincide con lo que vivimos a diario”, “sólo muestran las opiniones de un cierto tipo de población”, “me bloquean el acceso a tal o cual periódico o sitio web” y, más frecuentemente, “me entero más de lo que ocurre en China por medios extranjeros que por los medios chinos.” Y estas quejas se espetan como si fueran una pérfida maquinación de un aparato gubernamental apocalíptico, cuando la realidad es que tenemos una muy corta memoria.
Esto ocurrió en la España franquista, cuya persecución a periodistas e intelectuales opuestos al régimen llevó –por afortunado desenlace- a la inmigración de estos y su contribución al quehacer intelectual en muchos países de América Latina. Ocurrió en Cuba, Chile y Argentina, por mencionar sólo algunos. Ocurre hoy en Venezuela. En el caso de México, ocurrió cuando, durante la mayor parte del siglo XX, el partido de estado, que manejaba al país como hoy manejamos un iPad -con sólo un toque- construía una realidad social para su población que le permitiera mantener el poder, y para ello era menester controlar la información que aparecía en los medios.
Ésa era la realidad en la que le tocó a Jacobo Zabludovsky ejercer el periodismo, oficio en el que, por otra parte, no ha habido periodista o comunicador que, tras su muerte, no le admire su habilidad para encontrar la noticia, su alto nivel profesional y su generosidad. ¿Es esto explicable, tratándose de un hombre al que se le denuesta su parcialidad y el haber sido un esbirro de los gobiernos del partido oficial? El que censuró, negó cobertura y cambió las notas periodísticas de muchos de los acontecimientos que marcaron la historia contemporánea de México y el resto del mundo es innegable. Sin embargo, la realidad que arriba he descrito, si bien no justifica sus acciones, sí ayuda a entenderlas. Jacobo no hizo más que someterse a los cánones impuestos por su empresa y el gobierno. Dijo lo que tenía que decir –o lo que podía decir- en las circunstancias. “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra,” dicen. ¿Quién de nosotros está dispuesto a decirle a un jefe que está loco, so pena de perder su trabajo, su integridad y, quizá, su vida? Repito: a lo que estamos llamados no es a juzgar, sino a entender.
Como la Iberoamérica de ayer, la China de hoy atraviesa por un periodo en el que hay una fuerza política suprema que decide los destinos del país, y que, como es lógico, necesita un discurso y una realidad digerible que ofrecer a su población si se quiere mantener en el poder. Las críticas a la República Popular en cuanto a la falta de imparcialidad de sus medios de información, su limitación a las libertades de expresión e información, con todo lo que pudiesen tener de válidas en este momento, adolecen de falta de visión. Y es que si uno se enfrasca en este tipo de críticas se olvida de ver que este tipo de situaciones, como ya lo ha probado la experiencia en nuestros respectivos países, no son más que etapas en la evolución social y política que debe ocurrir en los países.
No soy un vidente, no puedo decir si China evolucionará hacia una interacción gobierno-medios-público como la que vivimos en nuestros países, sólo puedo decir que es posible: China ya nos ha probado que está en constante cambio, y por tanto es un error pensar en los medios chinos, así como en sus virtudes y deficiencias, como una situación perenne. China ya nos ha demostrado que tiene sus Jacobo Zabludovsky, así como también tiene sus CHAI Jing. Hace 30, 40 o 50 años nadie hubiera pensado, por otra parte, que en Iberoamérica pudiera haber realmente libertad de expresión. Al igual que debería hacerse con la labor periodística de Jacobo, los juicios que emitamos sobre los medios de comunicación chinos, deben tener en consideración que lo que son, así como el control que el gobierno central ejerce sobre ellos, obedecen a un tiempo y a un lugar. No nos dejemos seducir por la tentación de emitir juicios sin contexto, y sin entender que ese contexto cambia al segundo, como hacen muchos iberoamericanos al opinar sobre este país.
Ésa es la gran lección para China que, involuntariamente, nos ha dejado Jacobo Zabludovsky.