Por Lucía Fernández
Entre tantas, una de las cosas que sorprende de las similitudes entre el castellano y el chino, es el uso de lo «pequeño» para referirse a algo o alguien con cierta ternura. Nuestro diminutivo «perrito, gatito, amiguito, pajarito», tiene su correlato chino. Así, diremos xiao gou (小狗), xiao mao(小猫), xiao peng you(小朋友), xiaoniao (小鸟), donde xiao significa pequeño. Existe además una coincidencia tanto o más feliz, en ambos casos para lograr la pronunciación correcta, es preciso sonreír. En el idioma chino, el sonido «xi» no se logra sin estirar el borde de los labios hasta las orejas, del mismo modo ocurre en castellano con el sonido «ito».
Esta aproximación lingüística a un poco de ternura no tiene ningún fin más que acercarnos al tema del presente artículo, que es la tercera edad, o, como anticipa el título: los abuelitos. Desde la juventud es lejos, posiblemente no existe ni siquiera la sospecha de las sensaciones que vive el cuerpo en la edad blanca. Si bien es un momento de reposo y sabiduría, hay que poner el tiempo en algo. Los chinos, que de todo saben y resultan oportunos a la hora de marcar el paso, aportan un escenario pintoresco para los abuelos. Se los puede ver caminando en parques o universidades, haciendo ejercicio, jugando dominó y cartas, y hasta bailando en grupos coreografías de alguna canción clásica. Los hombres juegan weiqi (围棋) el famoso juego del Go, o ajedrez chino, y desafían por horas los laberintos de la memoria escribiendo largos versos antiguos con agua en el suelo.
En una oportunidad, al conversar con un hombre mayor que tomaba fotos en un parque shanghaiano, supe que tenía bien claro que jubilarse (palabra que viene de júbilo y en chino se dice tuixiu 退休, retirarse a descansar), no era abandonarse al reposo, sino hacer a un ritmo más placentero y ajustado al propio gusto. «Saco fotos porque tengo el tiempo, y hay muchas cosas bellas afuera», supo decirme el abuelito. Otro, que escribía versos de la dinastía Tang con una esponja mojada en las baldosas, soltó: «me interesa la poesía y sin darme cuenta ejercito mi cuerpo y mi memoria». ¿Por qué con agua? Porque no es tan fuerte el recuerdo como el momento presente, y porque nuestro paso por el mundo siempre tendrá que ver con escribir en la arena algo que borrará el viento.
Una mañana de clases de chino en Shanghái, salimos a practicar lo aprendido a la plaza más cercana, y nos encontramos con una enorme cantidad de abuelitos bien dispuestos, que orgullosamente agradecieron nuestra improvisada visita y sugirieron lo hagamos más seguido.
La vejez, la edad avanzada, es uno de los grandes temas de la humanidad, ¿cuántas obras literarias han posado allí su pluma? Nos inquieta, nos impresiona la idea de una fortaleza mental producto de lo caminado, frente a la fragilidad física. Es necesario completar esa idea habitual de que los niños son el futuro con los demás tiempos, es decir, los niños son el futuro y nosotros el presente, porque o gracias a que nuestros abuelos lo levantaron, lo construyeron, vivieron vidas, en muchos casos duras y supieron cuidarnos, o aún lo hacen.
En mi clase de nivel inicial de idioma chino en Buenos Aires, Argentina, hay una encantadora abuela de 70 años; no sé si lo sabe, pero es la más joven de la clase: sube y baja por las escaleras, llega temprano, hace bromas, toma nota, pregunta… Debe costarle, pero se concentra e insiste.
A su salud, y por su tiempo, el de ella y todos los abuelos y abuelas que tanto bien nos hacen.
Lucía Fernández. Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires, vivió en China entre 2012 y 2015, donde estudió mandarín gracias a una beca del gobierno chino. Actualmente vive en Argentina, donde escribe, da clases de español, chino e inglés, además de trabajar como traductora.
2016/08/18