El texto Cuentos extraños de un estudio chino (聊斋志异), también conocido como Cuentos de Liao Zhai, fue producido por Pu Songling. Este narrador, quien nació el 5 de junio de 1640 y falleció el 25 de febrero de 1715, vivió y trabajó durante la dinastía Qing.
El trabajo de Pu Songling fue el de recolectar, escribir y organizar más de 400 cuentos populares y maravillosos de China para incluirlos en una gran obra, la cual fue publicada, según los registros, en 1740.
En Hola China deseamos divulgar la cultura del gigante asiático al público hispanohablante, por lo tanto, presentaremos en varias publicaciones versiones traducidas, adaptadas y resumidas de historias que aparecieron en el texto Pu Songling. Se usa como referencia la versión traducida por Herbert A. Giles que fue publicada en Londres en 1880.
¡Disfruta la historia que traemos hoy!
EL REY
Un gobernador de la provincia de Hunan ordenó a un magistrado que transportara un tesoro de 600 000 piezas de plata a la capital. En el camino, el magistrado vio su viaje obstaculizado por una violentísima tormenta y buscó refugio, junto a sus sirvientes y acompañantes, en un templo antiguo.
A la mañana siguiente, se horrorizó cuando descubrió que el tesoro había desaparecido sin dejar rastro. No halló la manera de responsabilizar a nadie más que a sí mismo, por lo tanto, regresó a la casa del gobernador para confesar la extraña y terrible situación. Cuando el gobernador escuchó la historia, no creyó ni una palabra y ordenó que azotaran al magistrado, sin embargo, todas las personas que conformaban la caravana para llevar la plata aseguraron que la historia era cierta y el magistrado pudo eludir la pena. El gobernador, de todas maneras, le exigió que encontrara el tesoro perdido.
El magistrado y su caravana volvieron al templo y solo encontraron a un anciano ciego. Cuando lo interrogaron, el viejo dijo que podía leer los pensamientos y que sabía que venían por un asunto de dinero. Aún receloso, el magistrado admitió que eso era verdad y le contó todo lo que había sucedido. El ciego invitó al magistrado a que lo siguiera y este lo hizo acompañado por todo su séquito.
Si el hombre ciego iba hacia el Este, la comisión iba al Este; si iba al Norte, todos doblaban hacia el Norte. Caminaron por cinco largos días en montañas extrañas que cada vez se hacían más confusas. Una mañana, divisaron una gran ciudad con muchísimos habitantes.
Atravesaron los inmensos portones y no habían avanzado diez pasos cuando el ciego gritó: «¡alto!». Señaló al magistrado la puerta de una casa bellamente decorada, que daba la impresión de lujo, y le comentó: «pregunta al propietario de esa residencia por una solución para tu problema». El magistrado obedeció la instrucción.
Contestó al llamado un hombre ataviado con exquisitas ropas semejantes a las que utilizaba la antigua dinastía Han, desaparecida hace siglos. El magistrado le explicó sus penurias y el hombre respondió que, si esperaba algunos días, él mismo encontraría una solución. Luego condujo al magistrado hasta una habitación que daba a un bello jardín con pinos y hierba fresca, y le ofreció así un lugar donde descansar.
Pasaron los días y el magistrado, impaciente, exploró la ciudad. En su divagar, descubrió un elegante quiosco en el que estaban colgadas pieles humanas y eso lo espantó hasta el punto de que pensó en escapar de la ciudad misteriosa y abandonar su misión, no obstante, reflexionó que no conseguiría fácilmente salir y que era preferible esperar.
Un día, el anfitrión informó al magistrado que le había conseguido una audiencia. Lo llevó hasta el portón de un gran palacio el cual albergaba a multitudes de sirvientes que estaban a ambos lados de un trono en completo silencio y respeto. El magistrado avanzó y estuvo, finalmente, frente al rey de esa ciudad.
El magistrado se postró y suplicó amargamente, pero el rey solo le preguntó si él era el oficial del gobierno de Hunan que había llevado un gran tesoro al templo. Cuando la respuesta fue afirmativa, el rey expresó: «el dinero está todo aquí; es una menudencia, pero no tengo ninguna objeción para recibirlo como un regalo del gobernador de Hunan».
El funcionario empezó a llorar. Exclamó que su período de gracia había concluido y que recibiría severos castigos si volvía con las manos vacías y sin nada que sustentase su versión de la historia.
«Es fácil», dijo el rey, y puso el sobre de una carta en las manos del magistrado. Seguidamente, el rey ordenó que escoltaran al magistrado y a su séquito fuera de la ciudad y así se hizo. El magistrado, triste y acongojado, siguió a su guía por caminos que en nada se parecían a los que había recorrido antes. En cierto punto, las montañas quedaron atrás y el guía los abandonó.
El magistrado, eventualmente, llegó al edificio de gobierno de Hunan e informó a su superior todo lo que había pasado. Encolerizado, el alto funcionario ordenó que ataran y que apalearan al magistrado, hasta que él dejó caer la carta y el gobernador la tomó. Cuando abrió el selló y leyó el mensaje, el rostro del gobernador se puso completamente pálido de miedo, como si hubiese visto a un muerto. Pidió que liberaran al magistrado y manifestó que la pérdida del tesoro no tenía ninguna importancia.
El gobernador, además, urgió a sus ayudantes a que revisaran las arcas del Estado y buscaran la manera de juntar la misma suma para enviar a la capital. Pocas semanas después, el gobernante enfermó y murió.
Los burócratas de Hunan recordarían que, tiempo atrás, la mujer del gobernador amaneció calva una mañana. La memoria de eso regresó cuando, tras la muerte del gobernador, se reveló el contenido de la carta que había recibido:
«Desde que entraste en la vida pública, tu carrera ha sido una de peculado y avaricia. Las 600 000 piezas de plata están seguras en mi tesorería. Repón esta suma con el dinero que has adquirido de tus extorsiones. El oficial que has acusado por la pérdida del dinero es inocente; no debes castigarlo injustamente. En una ocasión pasada, yo tomé el cabello de tu esposa como una advertencia gentil, pero si ahora me desobedeces, tomaré tu cabeza. Como prueba de lo que digo, en este sobre encontrarás el cabello de tu mujer».
Algunos de los subordinados del difunto gobernador salieron en búsqueda de aquella misteriosa ciudad con la esperanza de recuperar el tesoro, pero nunca la encontraron por más que exploraron cientos de montañas cercanas y lejanas.
Traducción y adaptación: Víctor Manuel Álvarez Riccio.