Por Alejandro Ramírez Restrepo*
La selección alemana terminó quedándose con El Mundial. Este, su cuarto, se suma a los ya logrados en 1954, el famoso “milagro de Berna”, en 1974, la sorpresiva victoria frente a la delirante Naranja Mecánica holandesa, y en 1990, título conquistado gracias a un perfectamente coordinado ballet formidable equipo de panzers, llamados así por los tanques alemanes muy famosos y ese fue el apodo que caracterizó a las selecciones alemanas. Barrían con lo que fuera.
A manera de colofón mundialista, se puede afirmar que Alemania ha sido el justo ganador. Fue en líneas generales el mejor equipo del torneo. Dio dos asombrosas demostraciones de destreza futbolística, en las que combinó impecablemente el trato cariñoso y respetuoso a la pelota, y una helada y precisa efectividad, ante los equipos de habla portuguesa -los combinados luso y carioca- a los que les aplicó quijotescos marcadores de 4 a 0, y 7 a 1, respectivamente. Y, quizás más valioso, la obtención de este trofeo en Río de Janeiro consiste en la culminación de un virtuoso ciclo futbolístico. En 2002 los germanos fueron subcampeones, en las citas mundialistas de 2006 y 2010 ocuparon la tercera posición, y ahora obtienen la máxima gloria. De ser un equipo que rompía las defensas adversarias a punta de talla y disciplina, Alemania se convirtió en un equipo, que adicional a lo anterior, también podía poner la pelota en el piso, protegerla y crear enmarañadas y deliciosas combinaciones de pases a alta velocidad y con precisión quirúrgica.
Este Mundial de Brasil 2014 deja un ecuánime campeón, lleno de figuras fulgurantes y considerablemente jóvenes, lo cual puede dar luces de que todavía habrá mucho por escribir sobre la leyenda teutona en los años venideros. Además de esto se destaca una estela de arqueros de marca mayor, liderados por el elástico Keilor Navas de Costa Rica, Ochoa de México y la muralla andante y campeona Manuel Peter Neuer; y notables astros del balón pié como el joven colombiano, goleador de la justa, James Rodríguez, el pedazo de jugador crack Thomas Müller, su compatriota Toni Kroos y otras ya consolidadas y confirmadas estrellas como el holandés Arjen Robben.
Del lado triste y decepcionante encontramos el papelón ofrecido por la selección anfitriona de Brasil. Lleno de «picapedreros», jugadores con escasa o nula imaginación, no sólo ofrecieron un juego opaco y sucio a rabiar, sino que fueron apabullados por los campeones y luego recibieron la estocada definitiva en el encuentro por el tercer puesto frente a la selección de los Países Bajos.
Más allá de lo anecdótico de las goleadas y del hecho de que en el hemisferio occidental se haya coronado por primera vez campeón un equipo europeo, Brasil 2014 quizás pueda ser el punto de quiebre que los historiadores del balompié del futuro identificarán como la consolidación del declive sudamericano y la supremacía definitiva europea a nivel de selecciones. En clubes ésta es evidente desde la última década de la centuria pasada. Pero la paridad, e incluso leve superioridad de los suramericanos, se había mantenido en lo que a combinados nacionales se refería.
Por primera vez en la historia de los mundiales un continente, el europeo, se ha impuesto de manera consecutiva en tres oportunidades. Y más destacable es que los europeos, supuestamente caracterizados por un trato no muy digno al balón, han logrado los últimos dos triunfos con sendas selecciones: España en el Mundial de Sudáfrica y ahora Alemania, que respetan solemnemente la tenencia del balón y la construcción de juego ofreciendo fútbol, sin destruir la propuesta del adversario. No es de poca monta señalar que la Argentina, la finalista derrotada en esta oportunidad, haya llegado al partido decisivo caracterizándose por sobre todo por contar con una formidable defensa, que sólo recibió un tanto en sus últimos cuatro partidos, y que Alemania haya llegado con los pergaminos de quien propone y ofrece fútbol.
Es cierto que la final no fue un derroche de virtud ofensiva alemana y que quizás es posible identificar un mayor número de llegadas peligrosas por parte del conjunto albiceleste que terminaron siendo malogradas por los intérpretes sudamericanos. Pero como en casi todo en la vida, lo que se debe destacar son las tendencias.
Me explico: del total de ocho selecciones campeonas mundiales, tres son del nuevo continente. Uruguay no logra ni título ni final desde 1950. La Argentina no es campeona desde hace 28 años. Y Brasil ya acumulará 16 años en el siguiente mundial sin saborear la gloria, y por lo visto en esta ocasión, el futuro no resulta ser muy prometedor para los auriverdes. Por supuesto hay más participantes europeos, pero esto nunca había detenido a los sudamericanos para imponerse y mantener una casi paridad desde los mismos inicios de la internacionalización del fútbol.
Los jugadores sudamericanos son apetecidos por los grandes clubes europeos. Su talento es innegable. Maravillan cada ocho días los estadios y le pintan la cara en no pocas ocasiones a defensas del viejo continente y de los restantes más, jornada tras jornada. Pero algo sucede cuando deben trasladar esa magia a sus selecciones nacionales. Personalmente no tengo la menor de las ideas por qué sucede esto en concreto, pero sí creo que es una tendencia que se está consolidando e imponiendo. El siguiente mundial será en Rusia y, por lo visto hoy y en los otros dos últimos mundiales, es muy probable que el título se lo lleve nuevamente un combinado nacional europeo.
¿Es esto malo? Personalmente no lo creo. Pero sí que es triste para nosotros, los alegres sudamericanos.
*Consultor y relacionista público colombiano