Por: Francisco López Medina
Para el análisis de esta frase, primero habría que definir el tipo de “cosas” que necesitamos para vivir, el número de “cosas” que requerimos, así como también el nivel de vida en que nos fundamentamos para “vivir mejor”.
En la actualidad, somos bombardeados de publicidad que nos llama a comprar diferentes productos de última tecnología; necesitamos de una computadora personal, de un teléfono móvil con capacidad para navegar en Internet, de un medio de transporte de vanguardia, determinada vestimenta que nos haga ver de acuerdo a nuestro estatus social, visitar lugares específicos para nuestro esparcimiento, y hasta tomar determinados alimentos y medicinas.
Igualmente importante es la cantidad de objetos que debemos adquirir para sentirnos satisfechos, de tal forma que todo esto nos haga inferir que vivimos bien. Ahora bien, tenemos un concepto de “vivir bien” de acuerdo a nuestra cultura, entendimientos y forma de ver la vida, que puede ser diferente al de las personas que nos rodean. Lo que realmente importa para vivir bien es alcanzar un equilibrio entre las cuatro áreas fundamentales de la vida: espiritual, físico, mental y afectivo.
Pero, al encontrarnos en un mundo globalizado y con que somos seres sociales, tenemos que compartir nuestros conceptos y conocimientos para vivir mejor en conjunto. Las riquezas se transfieren de un lugar a otro a través de la comercialización, pero también son transferibles los esfuerzos y el conocimiento de la región productora hacia otros lugares. Este es el modelo económico en que restan las empresas y en que generan un derrame económico en que “todos” tenemos cosas de acuerdo a nuestras posibilidades.
Pero entonces, ¿cómo vivimos bien en conjunto? Esto se logra a través del incremento en nuestra competitividad personal que contribuya a la competitividad de nuestra región. Para que un país sea competitivo, debe de contar con una serie de herramientas, entre las cuales destacan la política aplicada para gobernar y proporcionar la motivación a las empresas en su productividad, y la educación que representa un pilar fundamental en la operación empresarial.
Los gobiernos deben de establecer las reglas que permitan a las empresas desempeñarse en forma productiva en el largo plazo. Esto trae consigo la generación de empleos y distribución económica que sirve a dinamizar el consumo doméstico, a la vez que proporciona bases para el segundo nivel de la jerarquía de necesidades humanas creada por Abraham Maslow: la Seguridad.
Para que este nivel sea dinámico existe la educación que proporciona las herramientas que dan flexibilidad a las personas en el número de actividades que pueden realizar, entregándoles capacidades creativas e insertándolas en el sistema productivo.
Como resultado de la amalgama entre el establecimiento de reglas por parte del gobierno, del acatamiento de tales reglas por parte de las empresas y de la preparación de los individuos que estimule la productividad, se obtiene como resultado el incremento de la competitividad.
En resumen, para vivir bien necesitamos de un ambiente productivo propicio para la productividad, además de estar bien preparados cada uno de nosotros ya que somos el motor de esa productividad. Una vez que cumplamos con nuestra parte estaremos avanzando en los niveles de la pirámide de Maslow y logrando el equilibrio en las cuatro áreas fundamentales de la vida.
En esta ocasión me despido con el proverbio chino que dice: “El aprendizaje es un tesoro que seguirá a su dueño a todas partes.”