Por Lucía Fernández*
Vivir en Shanghai, en un campus universitario donde estudian personas de todo el mundo, hizo que el juego mental de comparar se volviera un hábito. Quiero proponerle al lector que me acompañe a suspender por un momento la mirada foránea, de extrañeza, y a mirar juntos las numerosas y variadas similitudes que existen entre China y Latinoamérica. En ocasiones pienso y converso con amigos chinos y latinos, que poniendo tanto énfasis en las evidentes y enormes diferencias que hay entre ambas culturas, dejamos de notar, y por qué no de disfrutar, lo simple, semejante y asimilable.
Advertí que no éramos tan distintos una de las tantas frías y lluviosas mañanas de invierno, esas en las que quisiéramos dar media vuelta y seguir durmiendo…
Los chinos y los latinos somos cursis, románticos, amorosamente ridículos (no todos, y no siempre en público, pero lo somos). Uno le lleva la cartera a la chica, otro camina un kilómetro para traerle su bebida favorita, uno le hace una figura de papel que los muestra juntos, otro le escribe una carta en un pedacito de papel. Demorados, detallistas, en búsqueda de cierta elegancia, pero cursis.
A todos nos gusta brindar muchas veces, por todo, por todos; y vemos la reciprocidad, el trato fraternal como valores altos e imprescindibles. Gastar en relaciones es, para ambos, una buena inversión.
Somos persistentes hasta la médula, cualquiera diría que tercos, y nunca buscamos ayuda antes de intentarlo unas veces solos. Hay en nosotros una fortaleza interior que contrarresta otras debilidades, una seguridad que parece proporcionada por la crianza, por el tiempo en nuestra tierra.
En ambos sitios las personas mayores gustan mucho de los parques y son a veces más vitales que nosotros. En la vereda, al lado de una moto que oficia de taxi es posible encontrar carritos de comida, y junto a ésta una señora vendiendo gorros y bufandas, o frutas de estación. También ambos sabemos mucho del arte de regatear. He visto latinos en mercados chinos que, conversando sólo con gestos, consiguen precios increíbles.
Cuando comen juntos en familia, hablan, gritan, se ríen. Podemos salir al mejor restaurante de la ciudad, pero el mayor placer es cocinar y comer juntos en casa.
Las sociedades, la historia, la cultura de cada país, de cada estado, ciudad, familia, son de una complejidad enorme, de modo que las comparaciones siempre resultan un poco odiosas; pero hay que animarse a ver lo similar, a parecerse.
El idioma y demás marcadas diferencias asustan un poco, o nos ponen a mirar la vida en china del otro lado de la vidriera. No practicamos los mismos deportes, no bailamos ni comemos igual, entre otras cosas, pero todos somos personas en el mundo dispuestas a hacer amigos, enamorarnos, estudiar, trabajar, estar a gusto; de modo que quizá valga la pena afilar un poco el ojo y ver lo par.
* Licenciada en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Actualmente reside en Shanghái, donde se dedica al estudio del idioma chino en la Universidad de Donghua.