Por Tatiana Soler
Seguro que más de uno de ustedes tiene, desde niño, imágenes de las películas de Kung Fu, de templos taoístas perdidos entre las montañas, niebla, ríos atravesando los valles, monjes cantando y orando, inciensos, ambiente de monasterio… ¿Pero alguno se ha planteado la posibilidad de vivir en uno de ellos?
Se acercaba el Año Nuevo Chino, había dos posibilidades: pagar un billete de avión a algún rincón de Asia al doble o triple de precio que en otras fechas, o aprovechar la oportunidad de vivir en China, y saber qué hace una familia en unas fechas tan especiales. Y qué mejor familia que la familia que forman la Escuela de Taoísmo del Sur de China. Decidi entonces ir al Tongbai Palace (桐柏宫), que es uno de los diez templos más importantes de China, y no es para menos porque nada más entrar e das cuenta de la riqueza, a todos los niveles, que emana ese lugar. Se encuentra a una hora al sur de Hangzhou, y a media hora en coche de cualquier población cercana, sin lugar a dudas, los monjes ven el mundo desde arriba, desde la llamada montaña de la terraza al cielo Tian Tai Shan (天台山).
Me acogieron con los brazos abiertos, me dieron una sábana y una almohada, y me llevaron a lo que iba a ser mi habitación en las siguientes 2 semanas; se trataba de una habitación humilde, pero con agua caliente y unas vistas espectaculares.
Me dediqué a observar cuál es el día a día de los monjes. Nos levantábamos a las 5:30 de la mañana. Unos hacían Taichi y otros Kung Fu, a las 7:30 desayunábamos, clase hasta las 11.30, comida, vuelta a clase, tiempo de ocio, donde se dedicaban a interactuar entre ellos, dado que cada uno venía de una provincia diferente, hasta las 5.30 de la tarde que era la hora de la cena. Las noches eran lo mejor, me enseñaron caligrafía china y hablábamos sobre muchos temas, mi intriga era qué hacía a chicos tan jóvenes abandonar sus familias para darlo todo por su fe.
La rutina se rompió enseguida, para dar lugar a visitas de todos los habitantes del valle que venían a conocerles, sobre todo al Maestro que es toda una eminencia entre los lugareños. Todo el mundo era acogido e invitado a disfrutar de las delicias que preparaba una mujer de no más de 1 metro 45 centímetros con un arte entre los fogones como yo nunca había visto. No comen carne, pero cocinan con tanta variedad de vegetales que sigue alimentando el famoso dicho de “comer como un monje”.
Hacía excursiones por las montañas vecinas, siempre acompañada de algún monje, era su invitada de honor y me lo querían hacer sentir. Tuve la oportunidad de conocer a mucha gente de los pueblos de alrededor, y muchos días me bajaba de las montañas para acudir a sus casas, y ver como viven y celebran los últimos días del año. Entre los monjes se encontraban algunas mujeres, pero una me llamo especial atención porque estaba todo el tiempo con su niño, que resultaba ser el futuro Maestro del templo y le estaban preparando para ello.
Durante las últimas horas del Año Viejo, no cesaron los fuegos artificiales , desde allá arriba se veían kilómetros y kilómetros de luces entre las estrellas, de ensueño. Mi misión era ir a otro templo que estaban reformando, al otro lado del lago, y dar la bienvenida a la gente del pueblo que se acercaba, yo sola entre budas gigantes, y en mitad de una colina, toda una experiencia, que culminó con los cantos religiosos durante toda la noche por parte de los monjes.
Al día siguiente no paraba de subir gente y más gente, y yo vendiéndoles todo tipo de llaveros, collares, pulseras, cirios gigantes, libros religiosos. Con todo aquel dinero que conseguían, los monjes podían sostener el monasterio, que cosiste en un complejo de dos templos, tres edificios con habitaciones y todo tipo de instalaciones donde realizaban sus reuniones e impartían su doctrina. Lo que más ilusión me hizo, fue que me seleccionaran, junto con otras personas ,y nos hicieran entrega de un verdadero sable de Kung Fu, con el sello del templo. Sin lugar a dudas, uno de los regalos más especiales que me llevo de China. Me trataron con mucho cariño y respeto. Animo a todos a que se planteen esta enriquecedora experiencia de vida.
Tatiana Soler, castellana de nacimiento e internacional de espíritu, ha vivido en varios paìses y desde hace 5 años se encuentra afincada en Shanghái. Es Licenciada en Cine p or la E.C.A.M ( Escuela De Cinematografía y Audiovisuales de Madrid). Ha trabajado para la firma de cosmética española Germaine de Capuccini, para productoras de televisión chinas, como maquilladora free lance y actualmente trabaja para L’oreal China.